ACOSO MORAL EN EL TRABAJO, ORÍGEN POSIBLE EN CHILE.
SEGUNDA PARTE.
Manuel Muñoz A.
Ex-Profesor USM-RBB, Concepción.
Chile. (2006).
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7.- EL NACIONALISMO.
La independencia había creado la necesidad de una patria americanista y a presentir una empresa común que muy pronto se transformó en una competencia individual entre las diversas burguesías descendientes de España.
En esta época, la gran hacienda del Valle Central y del Norte Chico fue tomando contornos permanentes, teniendo como mercados la proveeduría del ejército y una exportación lentamente creciente de carnes ahumadas, cueros, cordobanes, sebo, jarcia, cereales, frutas secas y vinos al Perú y Alto Perú. Fuera del ejército, el mercado interno era aún casi nulo. En ese tiempo hubo en el Valle Central del siglo XVII un clima bélico constante. La sublevación del año 1655 llegó a afectar hasta territorios que se encontraban al norte del río Maule. Por otra parte, la mano de obra, especialmente indígena guerrera, que se podía conseguir en el sur, no era apropiada para las labores de cultivo, pero eran buenos peones montados y vaqueros. Algunos hacendados que tenían encomiendas de indios en los alrededores de Santiago, los trasladaron como cultivadores y productores artesanales, a los extensos territorios vacíos de más al sur.
8.- EL LATIFUNDIO.-
El latifundio de este modo, debió enfrentar la gran tarea que le dio unidad y una cierta uniformidad en sus relaciones de producción; ésta fue, conseguir mano de obra permanente. Las acciones a tomar fueron:
1) Un movimiento de la masa trabajadora a los feudos del Sur o a las haciendas cercanas a Santiago.
2) La guerra de Arauco permitió la venta como esclavos de los araucanos vencidos.
3) la población libre, constituida por españoles pobres, mestizos. Mulatos y todo aquel desposeído que fue quedando fuera de las haciendas por no ser indio, ni esclavo ni sometido.
Así se fue formando el inquilinaje, el campesino, “el roto”. Como consecuencia que un descarte social que no correspondía a la vida feudal del hacendado, pues, era un libre, nacido de la mezcla de indio y peninsular, cuya sangre fue “blanqueándose” a medida de las nuevas oleadas de españoles que ocupaban el territorio.
9.- EL LATIFUNDIO Y LA MANO DE OBRA.
El latifundio dependía de la mano de obra. Pero los indios fueron exterminándose, al igual que los esclavos negros, quienes no soportaron los malos tratos, el hambre y las enfermedades, a pesar de las Cartas al rey del Padre Bartolomé de las Casas y otros curas que promovieron un trato más humano para indios y esclavos.
Los indios labradores recibían, en general, buen trato, junto con algún tipo de participación en las fuentes productivas, pero eran el estrato más bajo del conjunto humano de la hacienda.
Un estrato superior a ellos constituían los mestizos y españoles pobres, fijados dentro del latifundio con acuerdo de medierías o inquilinaje.
El latifundio antiguo absorbió a toda la población rural -puertas adentro- en el espacio de un siglo, dando al Reino un particular paisaje humano. Todos los testimonios de la época están de acuerdo en que hasta entrado el siglo XVIII, el país era, con la excepción de unas pocas ciudades, un yermo extendido desde el desierto del norte a la frontera.
El dominio no se ejerció solamente en un sentido demográfico y económico general, sino también se extendió al aspecto de la distribución espacial, de la estructura social y de la psicología y valores del campesino.
Se ubicaron familias en los límites de la hacienda, en las aguadas y pastadas, en las cañadas internas de trashumancia, junto a los plantíos o “pampas” de cultivos cerealeros.
Los poderes del hacendado eran omnímodos. Quitó y puso personas a cada familia, hizo y deshizo matrimonios, protegió, expulsó, vendió o “conchavó” peones en sus tierras. A principios del siglo XVIII se estableció la costumbre de no dejar mujeres solteras, pues, estas eran un ancla para los hombres que constituían la fuerza laboral, además era más fácil conseguir mujeres que hombres por compra, rapto, “conchavos”, depósito de huérfanos, etc.
Después de cada “peste” los corregidores y sus tenientes -que eran latifundistas– y también los curas párrocos, dominados por los latifundistas, recogieran a los huérfanos y los repartiesen en custodia entre los hacendados de la región. Lo mismo ocurría con las mujeres cuya manera de vida provocaba escándalo y mal ejemplo. Fue tanta la costumbre, la avidez de los hacendados por controlar a la población, que la retención de huérfanos se convirtió en un importante motivo de lucha y litigios entre ellos.
10.- EL PROBLEMA DE LOS LATIFUNDIOS.
Los más importantes fueron:
1) el aumento de la población protegida por la hacienda;
2) la producción de trigo más allá de la demanda;
3) la mayor importancia de una economía minera en la zona central y norte Chico, y
4) los cambios en la infraestructura de producción y circulación que los fenómenos anteriores significaban.
La población creció moderada pero constantemente desde mediados del siglo XVII, pero el latifundio, con márgenes muy reducidos de utilidad y con racionalización creciente de la empresa, no pudo amparar y absorber permanentemente los saldos demográficos cada año más abultados. La nueva inclinación triguera del latifundio fue produciendo profundos cambios en el ambiente rural. Junto a todo ello, y en parte por los mismos efectos de las nuevas modalidades de producción y por el crecimiento demográfico, se formó y creció rápidamente el vagabundaje y el bandolerismo.
Durante la mayor parte del siglo XIX, la economía chilena es fundamentalmente agrícola. Casi el 80% de la población vive en zonas rurales antes de 1880; incluso hasta 1930 la población rural supera a la urbana. En la agricultura predomina la hacienda o latifundio, en el que prevalecen relaciones sociales de tipo semimedieval: hay un señor-patrón o latifundista e inquilinos o campesinos7. El latifundista proporciona a sus inquilinos una choza y algo de tierra; además, los protege y cuida de ellos cuando están enfermos o viejos. Por su parte, los inquilinos obedecen y reverencian a su patrón, y viven y mueren en la tierra8. Su nivel de vida es bastante precario, y están aislados de la vida urbana, cultural, educacional y política; esta situación dura hasta bien entrado el siglo XX.
La situación material y laboral a principios del siglo XX no es mucho mejor para los trabajadores urbanos.
Hasta 1920, las condiciones laborales presentaban las siguientes características:
a) No había: convenios colectivos; contrato escrito; el contrato era verbal verbales.
b) No había previsión social para los trabajadores, ni indemnización por accidentes laborales, ni ninguna otra de seguridad social.
c) La jornada diaria oscilaba entre 9 y 12 horas.
d) No era obligatorio el descanso dominical.
e) No estaba prohibido pagar las remuneraciones en especies.
f) El trabajo infantil no estaba reglamentado, y
A comienzos del siglo XX, las clases sociales chilenas podrían clasificarse así: el caballero (de la aristocracia), el siútico (de la clase media) y el roto (del pueblo). Desde entonces, gracias al predominio y la consolidación de la clase media, ha surgido una mayor preocupación por los grupos sociales marginados, que han aumentado su incorporación a aquella. Como resultado de ello, a fines del siglo XX la mayoría de la población se considera de clase media, y los partidos políticos tratan de posicionarse en el centro del espectro político para captar los votos de esta clase (Partido Democrático; Partido Radical).
11.- LA CUESTIÓN AGRARIA.
La estructura social de Chile, desde los tiempos de la Conquista y de la Colonia, se estableció sobre bases agrarias: una aristocracia dueña de la tierra, que mantenía el control de la vida nacional; otra clase mas baja, que formaba el inquilinaje permanente de las propiedades rurales. Los dueños de la tierra mandaban, y a los que nada poseían les correspondía obedecer.
El campesinado se diferencia de otras clases sociales, por las características siguientes:
1. Asociado a la producción de bienes agrícolas, propia o ajena;
2. La unidad de producción es familiar, trabajo y consumo.
3. Produce bienes para su propio consumo. Raramente vende salvo el remanente.
4. Es explotado por varios sectores de la sociedad capitalista: el hacendado; el fabricante; comerciante.
5. Se manifiesta la explotación en la venta de los excedentes.
6. Aunque una de sus fracciones sea propietaria de tierra y de algunos instrumentos de trabajo no controla no tiene acceso al capital.
7. Como parte de la clase explotada y trabajadora, tan sólo logra reproducir su fuerza de trabajo.
12.- CONCLUSIÓN: PSICOLOGÍA CHILENA.
No hay un país con habitantes tan malamente simplones, como el nuestro. Para Chile existe un camino permanente entre la realidad y el mito; lo objetivo y lo fantasioso. Pareciera que la masa se encuentra en un bipolarismo psicológico inmutable. Si se gana un partido este es el país más grande del mundo y los chilenos son una raza superior. Si se pierde, el país no sirve para nada y los chilenos son malos de “raza”. Es común escuchar los días después de los eventos internacionales: “no hay vuelta, la raza es la mala”.
Recientemente se ha celebrado la llamada Teletón, evento destinado a juntar dinero para los discapacitados. Pero más que ello es una especie de catarsis chilensis, en que la población masivamente reclama su derecho a ser solidario “una vez al año”, comprando los bienes de las empresas que han programado un aporte importante conforme al aumento del nivel de ventas. Artistas y faranduleros se dan cita a este festival de vanidades en los que todos obtienen más de algún provecho personal, desde dinero hasta viajes y reflejos televisivos que quedan gravados en el teleaudiente hasta el evento del año próximo, en que otra vez limpiaremos el alma oscura de avaricia e irrespeto por los demás, que nos alumbrará en todo ese periodo.
En cierto sentido los dichos populares no dejan de tener razón. ¿Cómo es posible establecer una continuidad y estabilidad psicológica y anímica cuando hemos heredado el amor a la muerte, el dolor por la aventura y el masoquismo español junto a la fantasía geográfica y el realismo mágico de los originarios, además de la violencia genética de los araucanos, aún no domados como nación?.
Debemos atender que mayoritariamente nuestra gente deriva de esta mezcla explosiva y amargada. Ya los españoles que llegaron no fueron los mejores y los que progresaron mantuvieron sus blasones y privilegios hasta el día de hoy. No en vano se encuentran los Larraines, Undurragas, Gurruchagas, Urrutias, Arrietas, Hirigoyenes y toda otra suerte de apellidos vascos en la cima del poder o de la economía. Pero no es un asunto de apellidos, es una cuestión de cultura. Pues, estas mismas generaciones son descendientes de quienes tenían en su poder el derecho de la horca y del cuchillo. Los que formaban familias o las deshacían para bien de sus terratenencias. Son los que inculcaron en sus siervos, villanos e inquilinos, trabajadores de hoy, que la mano de Dios les favoreció y detentan aún el derecho de sobrepasar los límites de la Ley sobre sus subordinados.
Es fácil entender que un país que apenas hace 50 años se ha abierto a la influencia de las naciones más avanzadas y ha mantenido una relación comunitaria con otras civilizaciones, tenga lacras de formación en las que las diferencias y la falta de respeto a los sectores más débiles se manifiesta como un asunto genético y formativo, producto de las eternas relaciones de poder frente a cientos de esclavos primero, inquilinos después y obreros hoy, menos dotados en la formación educacional y con menos desarrollo psicomotor producto de prácticas generacionales que van desde la prohibición de aprender a leer y escribir, mantenida hoy en la decadente educación, sin estímulo y aliciente, permiten concluir que en el aspecto psicológico de nuestra nación imperan dos tipos de personas: aquellas que gritan ofenden, humillan e insultan, las que curiosamente se encuentran vinculadas directa o indirectamente al Poder o a porciones de él y, las mayorías trabajadores que deben soportar por razones de necesidad económica la violencia en el trabajo y su forma más cruel el acoso laboral, personas desvinculadas de la propiedad de los medios de producción y los agentes de estos, y poseedoras solo de su inteligencia, fuerza de trabajo u oficio, como herramientas para ganar los recursos que satisfagan las necesidades mínimas de éste y su familia.
No me cabe duda que este problema es sudamericano y que en este continente el acoso moral tiene sus raíces históricas derivadas de la conquista y la colonia y los sistemas de producción traídos desde el otro lado del Pacífico hace ya más de quinientos años.
De todo lo anterior resulta sostenible pensar que en gran parte, la causa del acoso moral en nuestro país es la malformación psicológica del colectivo, desde que hemos visto como, en la relación entre producción y trabajo, se sustenta en el avasallamiento del superior al subalterno, más que en los legítimos marcos de la dirección de gestión de Recursos Humanos, y de las facultades propias derivadas del Jefe o superior, desgraciadamente, del hecho cierto y notorio, al menos en Chile, del abuso de dichas facultades y de la aceptación de ese abuso como consecuencia normal de la jerarquía de la organización, o simplemente de la circunstancia del reconocimiento que el dueño de los medios de producción tiene poderes sobre la persona del trabajador, asunto, cuyo orígen se encuentra en la forma como se han expresado las relaciones de producción a lo largo de nuestra historia.
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