Cuando tengo mi casa ordenada,
y todo luce bien dispuesto.
O, más aún,
si el ambiente es grato y cordial,
ella,
sin aviso previo, visita mi hogar.
Acude con su sonrisa
levemente voluptuosa e inicua
como una niña consentida.
Nada dice.
Sólo mira.
Y, justo es decir,
lo hace con ternura
aunque con un leve mohín de desdén.
Caminando en puntillas
gira luego su cabecita en torno.
Explora las plantas, los sillones,
hurguetea en la música y los cuadros,
y apoyando sus dedos en los vidrios de la ventana
disfruta la quietud de la calle
y la leve agitación de las flores.
Entonces me mira,
observa mi rostro levemente iluminado
y mis manos
imperceptiblemente tensas sobre el escritorio.
Se aproxima hasta el anaquel de libros y al baúl
y dormita y ensueña plácidamente entre ellos.
De pronto simula despertar.
Me hace una seña
y se aleja apresuradamente
por algún resquicio de la realidad.
II
No obstante,
a veces no estoy con ánimo de visitas.
Y al verla acudir por una ventana
hago un gesto de desagrado,
del que casi de inmediato me arrepiento.
Porque, uds. entienden,
ella necesita ser atendida,
ella siempre pretende ser el acontecimiento más importante,
más esencial en tu vida.
No sé por qué extraña razón,
esta pequeña tiene un concepto tan elevado de sí misma
que actúa como si todo el mundo lo supiera
o debiera saberlo.
Sentada a la mesa,
le ofrezco el menú más selecto
–ese que sólo se ofrece a las seres más importantes
y de los que probablemente
no obtendremos beneficio alguno-
la mejor carne,
el mejor vino
y todo aquello que la pudiera conmover sutilmente.
Dos cantos poéticos del poema titulado “La Visita”, del Poeta Juan Pablo Riveros. Nació en Punta Arenas en el año 1945. Pero fue en Concepción donde todo su bagaje intelectual explosó en la letra literaria. J. P. Riveros alcanzó elevados niveles como Ingeniero comercial, magister en Estudios Internacionales, doctor en Economía, también desarrolló el noble oficio de librero y de profesor, pero, es ante todo poeta.
En estos dos cantos del texto aludido J. P. Riveros, nos deja entrar a su espacio que a mi entender no es el espacio que señala, no es su casa material, tal vez, es su hogar interior donde el escritor vive plenamente y se comunica desde a llí con la realidad o desde la fantasía a la realidad. Su pretexto es ella, ¿la musa? ¿la idea poética que vuela dentro de su yo? Como sea, lo que si sabemos es que ella es exigente, allí debe estar todo ordenado ¿Será de ese modo el mundo interior del poeta? Me pregunto este mundo interior es el mismo de Thomás Harris o el de Damsi Figueroa, nunca podremos saberlo a menos que ellos mismos lo manifiesten en la expresión poética, Lo que debemos entender, especialmente a quienes nos gusta la buena poesía es que la visita es culta, le atrae la lectura, la música e incluso se adormece entre los libros, y luego despierta pata huir a la realidad. Pero, ¿cuál realidad la de la fantasía o la del poeta? Lo extraordinario de esta palabra poética es que el lector comienza de a poco a tomar interés en el discurso y en definitiva, puede optar por la la variable que estime conveniente. En mi caso, esperaré la visita del poeta tras el resquicio y la endilgaré por otros espacios que tal vez no sean ordenados y pulcros.
En el segundo canto de este texto de mayor extensión, el poeta adopta el reconocimiento de su yo desde el comienzo y es el quien expresa su ánimo ante tan especial visita. Entiende que como toda visita debe ser bien atendida, imagínense si se trata de ella, de la idea, del discurso, del poema, y se arrepiente de sus mohines de aburrimiento. ¿Fue interrumpido en el desarrollo de la expresión poética o, la ocasión de la visita, le hizo advertir la caída? He aquí, dónde el poeta le explica al lector su actitud descortés, sin que ello sea una eximente de su culpabilidad, porque lo fue. Incluso quiere convencernos que ella es la culpable en la exageración de su ego. Pareciera que el Poeta quiere dar la impresión que no conoce la naturaleza prístina de la poesía y el poder de la palabra que la consigna, pero, debemos entender ello como un mero juego a fin de distraer al lector, porque luego se encuentra dispuesto a reconocer su importancia en lo que caracteriza al buen poeta. Especialmente en el buen vino que invita. Ojalá llegue este comentario a sus ojos y decida invitarme a una buena mesa, aunque, no tenga la esencia, la gracia y la dulzura de Erato.
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